Aprendiendo a
despreocuparse
Epícteto, Cicerón,
Séneca
Es mala suerte que comience a llover justo cuando estás a
punto de salir de casa. Pero si has de salir, aparte de ponerte un impermeable,
coger un paraguas o cancelar tu cita, no hay mucho que puedas hacer al
respecto. Por mucho que quieras, no puedes detener la lluvia. ¿Deberías
molestarte por ello? ¿O simplemente tomártelo con filosofía? «Tomárselo con
filosofía» significa aceptar lo que no puedes cambiar. ¿Y qué hay del
inevitable proceso de envejecimiento y la brevedad de la vida? ¿Cómo deberías
sentirte respecto a esta condición del ser humano? ¿Igual?
Cuando la gente dice que se toma con «filosofía» lo que le
sucede, está utilizando la palabra del mismo modo que lo habría hecho un
estoico. El término «estoico» proviene de la Stóa poikilé, que era un pórtico
pintado en Atenas en el que estos filósofos se solían encontrar. Uno de los
primeros fue Zenón de Citio (334-262 a. C.). Los primeros estoicos griegos
tenían opiniones sobre una amplia gama de problemas filosóficos relativos a la
realidad, la lógica y la ética. Pero se los conocía sobre todo por sus ideas
sobre el control mental. Su idea básica es que sólo deberíamos preocupamos por
las cosas que podemos cambiar. No deberíamos inquietarnos por nada más. Al
igual que los escépticos, su objetivo era alcanzar la serenidad mental. Incluso
ante hechos trágicos, como la muerte de un ser querido, el estoico debía
permanecer impasible. Aunque aquello que suceda no esté bajo nuestro control,
nuestra actitud ante ello sí que lo está.
En el corazón mismo del estoicismo se encuentra la idea de
que somos responsables de lo que sentimos y pensamos. Podemos elegir cómo
reaccionamos ante la buena y la mala suerte. Para algunas personas, las
emociones son como el tiempo. Los estoicos, en cambio, consideran que lo que
sentimos en una determinada situación o acontecimiento es decisión nuestra. Las
emociones no nos suceden. No tenemos por qué sentirnos tristes cuando no
conseguimos lo que queremos; tampoco por qué enfadarnos cuando alguien nos
engaña. Creían que las emociones nublan el pensamiento y perjudican el juicio.
No sólo deberíamos controlarlas, sino también, en la medida de lo posible,
prescindir de ellas.
Originariamente, Epícteto (55-135 d. C.), uno de los
estoicos más conocidos, era esclavo. Pasó por muchas penurias y sabía lo que
era el dolor y el hambre (incluso cojeaba por culpa de una paliza). Cuando
declaró que la mente podía permanecer libre incluso cuando el cuerpo está
siendo esclavizado, partía de su propia experiencia. No era una mera teoría
abstracta. Sus enseñanzas incluían consejos prácticos sobre cómo soportar el
dolor y el sufrimiento. Se reducían a lo siguiente: «Nuestros pensamientos
dependen de nosotros». Esta filosofía inspiró al piloto de combate
norteamericano James B. Stockdale, que fue derribado en Vietnam del Norte
durante la guerra de Vietnam. Stockdale fue torturado muchas veces y confinado
en una celda incomunicada durante cuatro años. Consiguió sobrevivir aplicando
lo que recordaba de las enseñanzas de Epícteto de un curso al que había
asistido en la universidad. Mientras descendía con su paracaídas sobre
territorio enemigo, decidió que, por duro que fuera el trato que recibiera, se
mantendría imperturbable. Si no podía cambiar la situación, no dejaría que le
afectara. El estoicismo le proporcionó la fuerza para superar un dolor y una
soledad que habrían destrozado a la mayoría de las personas.
Esta dura filosofía comenzó en la Antigua Grecia, pero
floreció durante el Imperio Romano. Dos importantes escritores que ayudaron a
divulgar las enseñanzas estoicas fueron Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) y
Lucio Anneo Séneca (I a. C.-65 d. C.). La brevedad de la vida y el inevitable
envejecimiento eran algunos de los temas que les interesaban en particular.
Admitían que envejecer es un proceso natural, y no intentaban cambiar lo que no
se puede cambiar. Al mismo tiempo, sin embargo, creían que había que aprovechar
al máximo nuestro breve tiempo aquí.
A Cicerón los días parecían cundirle más que a la mayoría:
además de filósofo era abogado y político. En su libro Sobre la vejez
identifica los cuatro problemas principales del envejecimiento: cuesta más
trabajar, el cuerpo se debilita, el goce de los placeres físicos disminuye y la
muerte está cada vez más cerca. El envejecimiento es inevitable pero, tal y
como Cicerón sostenía, podemos elegir cómo reaccionamos ante este proceso.
Deberíamos admitir que el declive de la vejez no tiene por qué hacer la vida
insoportable. En primer lugar, gracias a su experiencia, la efectividad de los
ancianos puede ser a menudo mayor y el esfuerzo que necesitan hacer, menor. El
cuerpo y la mente no tienen por qué deteriorarse drásticamente si se ejercitan.
Y aunque los placeres físicos se disfruten menos, los ancianos pueden dedicarle
más tiempo a la amistad y la conversación, cosas en sí mismas muy
gratificantes. Finalmente, creía que el alma vivía para siempre, de modo que
los ancianos no debían preocuparse por la muerte. La actitud de Cicerón era que
deberíamos aceptar el proceso natural del envejecimiento y admitir que la
actitud que adoptamos respecto a este proceso no tiene por qué ser pesimista.
Séneca, otro gran divulgador de las ideas de los estoicos,
manifestó una opinión similar cuando escribió acerca de la brevedad de la vida.
No se suele oír a nadie quejarse de que la vida es demasiado larga. La mayoría
dice que es muy corta. Hay muchas cosas que hacer y muy poco tiempo para
hacerlas. En palabras del griego de la Antigüedad Hipócrates: «La vida es corta;
el arte, duradero». Los ancianos que ven acercarse la muerte a menudo desearían
contar con unos pocos años más para llevar a cabo lo que realmente querían
hacer en la vida. Pero suele ser demasiado tarde y terminan lamentándose por lo
que podrían haber sido. En este sentido la naturaleza es cruel. Justo cuando
empezamos a entender de qué va la cosa, nos morimos.
Séneca no estaba de acuerdo con este punto de vista.
Polifacético como Cicerón, además de filósofo, encontró tiempo para ser autor
teatral, político y un exitoso hombre de negocios. Para él, el problema no es
lo corta que es nuestra vida, sino lo mal que la mayoría empleamos el tiempo
del que disponemos. Una vez más, era nuestra actitud respecto a los aspectos
inevitables de la condición humana lo que más le importaba. No deberíamos
enojarnos porque la vida sea corta, sino intentar aprovecharla al máximo.
Señaló que algunas personas desaprovecharían mil años con la misma facilidad
que la vida que tienen. E incluso entonces, probablemente todavía se quejarían
de que la vida es demasiado corta. En realidad, la vida suele ser
suficientemente larga para hacer muchas cosas si tomamos las decisiones
correctas y no la malgastamos en tareas inútiles. Algunos van detrás del dinero
con tal energía que no tienen tiempo para hacer mucho más; otros caen en la
trampa de dedicar todo su tiempo libre a la bebida y el sexo.
Séneca creía que si uno espera a la vejez para descubrir
esto, será demasiado tarde. Tener el pelo blanco y arrugas no garantiza que un
anciano se haya pasado mucho tiempo haciendo cosas que valgan la pena, aunque
algunas personas actúan erróneamente como si así fuera. Alguien que se hace a
la mar y es empujado de un lado a otro por vientos tempestuosos no ha viajado.
Sólo ha sido zarandeado. Lo mismo sucede con la vida. Estar fuera de control,
pasar de un acontecimiento a otro sin encontrar tiempo para las experiencias
más valiosas y significativas, no tiene nada que ver con vivir de verdad.
La parte positiva de vivir bien la vida es que no tienes que
preocuparte de tus recuerdos cuando seas mayor. Si pierdes el tiempo, no
querrás echar la vista atrás y pensar en cómo has pasado la vida, pues
probablemente te resultará demasiado doloroso darte cuenta de todas las
oportunidades que has desperdiciado. Por eso creía Séneca que hay tanta gente
preocupada por trivialidades; es un modo de evitar la verdad sobre lo que no
han conseguido hacer. Él urge a sus lectores a alejarse de la multitud y a no
esconderse de sí mismos bajo el pretexto de estar demasiado ocupados.
Así pues, ¿cómo creía Séneca que deberíamos emplear nuestro
tiempo? El ideal estoico es vivir como un recluso, alejado del mundo. El modo
más fructífero de vivir, declaró —con perspicacia—, es estudiar filosofía. Ésta
es una forma de estar verdaderamente vivo.
Séneca tuvo muchas oportunidades de practicar lo que
predicaba. En el año 41, por ejemplo, fue acusado de tener una aventura con la
hermana del emperador Calígula. No está claro si efectivamente la tuvo o no,
pero el resultado fue que lo exiliaron y pasó en Córcega los siguientes ocho
años. Luego su suerte volvió a cambiar y lo llamaron de Roma para que ejerciera
de tutor del niño de 12 años que se convertiría en el siguiente emperador:
Nerón. Más adelante, Séneca sería su asesor político y le escribiría los
discursos. Esta relación, sin embargo, terminó muy mal: otro giro de la suerte.
Nerón acusó a Séneca de formar parte de un complot para asesinarle. Esta vez,
Séneca no tenía escapatoria. Nerón le ordenó que se suicidara. Negarse a ello
estaba fuera de toda discusión y de todos modos habría conducido a la
ejecución. Resistirse habría sido inútil. Finalmente, Séneca se quitó la vida
y, fiel a su estoicismo, se mostró sereno y tranquilo hasta el final. Una forma
de ver las principales enseñanzas de los estoicos es como si fueran una especie
de psicoterapia; una serie de técnicas psicológicas que harán nuestra vida más
tranquila. Líbrate de esas problemáticas emociones que nublan tu pensamiento y
todo te resultará más sencillo. Lamentablemente, aunque consigas calmar tus
emociones, puede que descubras que has perdido algo importante. El estado de
indiferencia por el que abogaban los estoicos puede que reduzca la infelicidad
ante los hechos que no podemos controlar. Pero a costa de volvernos fríos,
despiadados y quizá incluso menos humanos. Si ése es el precio de conseguir la
calma, puede que sea demasiado alto.
(*Nigel Warburton. En “Una pequeña Historia de
la Filosofía")